lunes, 9 de mayo de 2011

Homilía, Domingo de Ramos


Domingo de Ramos de la Pasión del Señor
La Cuaresma no termina aún. Tradicionalmente la Iglesia termina la Cuaresma el llamado Jueves Santo con dos celebraciones; temprano se celebra una Eucaristía con la reconciliación de los penitentes. A media mañana, se celebra la Eucaristía sacerdotal en que se bendicen los Óleos para enfermos, para catecúmenos y el Santo Crisma con que se ungen los Sacerdotes, los altares y los templos; en nuestra Arquidiócesis, esta Eucaristía se adelanta al martes, para dar oportunidad de asistir a los Sacerdotes lejanos.
Hoy comienza la Semana Santa, en que se conmemoran los misterios centrales del Cristianismo, iniciando con la procesión de los Ramos. El Jueves Santo, por la mañana todavía hay confesión de los fieles y por la tarde conmemoramos la Institución de la Eucaristía; después de ella los fieles practican las devociones del pan bendito, de la visita a los siete altares y de la adoración al Santísimo. El Viernes tiene lugar central la liturgia que conmemora la muerte del Señor; también se dan las devociones del Encuentro, del Viacrucis, de las siete palabras y del Rosario del pésame. El sábado por la tarde-noche es la fiesta principal del Año Litúrgico, es la Vigilia Pascual.

Hoy, Domingo de Ramos, empezando la Semana Santa, ocupan lugar central la procesión de los Ramos y la lectura de la Pasión.
Primeramente la procesión. Las lecturas de los últimos días introducen el peregrinar de Jesús como subida geográfica desde Galilea, 200 metros bajo el nivel del mar, hasta Jerusalén 760 metros sobre el nivel del mar; con la entrada triunfante a la ciudad. Además de subida geográfica y exterior paralelamente también es subida interior hacia el templo, lugar donde Dios estableció su nombre. El objetivo último de la subida es la entrega de sí mismo en la cruz, reemplazando los sacrificios antiguos. Pero Jesús no sube sólo; le acompañan los doce apóstoles y finalmente una gran muchedumbre. Para entrar en la ciudad manda por un borrico, todo cargado de simbolismos mesiánicos: el poder de Jesús reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador.
Vayamos ahora a la narración de la Pasión: los Evangelios fueron compuestos primero como narraciones transmitidas de boca en boca bajo una técnica propia de aquellas culturas y bajo la vigilancia de los Apóstoles. La narración de la Pasión, es la primera y más importante. En la Pasión de S. Mateo, Cristo no es arrastrado por los acontecimientos: voluntariamente sube a Jerusalén, sino que se presenta como Señor, tiene el poder de pedir al Padre doce legiones de ángeles; no opone violencia a la violencia y escoge el camino de la humildad, reconociendo en este camino el querer del Padre. Solo después de haber recorrido el camino de la humildad aparecerá sobre las nubes del cielo dotado de todo poder en el cielo y en la tierra. En la línea de las Escrituras, también aparece como durante la Pasión el Reino está presente solo en Jesús.
También el discípulo y la Iglesia deben vivir la misma experiencia de la Pasión y de la muerte, según el sentido de las palabras “vigilad conmigo”. Todo el empeño cuaresmal de penitencia y de conversión se centra en torno al misterio de Cristo y de la vida cristiana. El camino que Cristo emprende para salvar contrasta con cualquier otra expectativa razonable porque Él escoge no la fuerza y la riqueza, sino la debilidad y la pobreza.
El resumen de toda esta celebración lo dijimos al bendecir las palmas: “Jesús entra en Jerusalén para cumplir el misterio de su muerte y resurrección. Pidamos la gracia de seguirlo hasta la cruz para participar de su resurrección”.
Pidamos la gracia de seguir a Jesús hasta la cruz para participar de su resurrección.

+ Héctor González Martínez 
Arzobispo de Durango

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