lunes, 9 de mayo de 2011

Cristo resucitado para nuestra vida - Homilía, Quinto Domingo de Cuaresma


Cristo resucitado para nuestra vida
Habla el profeta Ezequiel: “Reconozcan que yo soy el Señor, cuando abra sus tumbas y les resucite de sus sepulcros, oh pueblo mío”. Los hebreos en el exilio se abandonaron al pesimismo y se decían: ‘nuestros huesos están secos, nuestra esperanza se ha terminado’; en cambio, para el profeta se está en un tiempo de esperanza en la acción poderosa de Dios; sí, Dios vencerá el exilio y conducirá de nuevo a Israel a su tierra y ese día será como una nueva creación. Así, en una tensión mesiánica, se dibuja la idea de una renovación total.
El Evangelio de S. Juan narra todo el episodio de la muerte de Lázaro, amigo de Jesús. Delante del sepulcro, “Jesús alzó la vista, y dijo: Padre, te agradezco que me escuchas; siempre me has escuchado; y lo digo por la gente que me rodea, para que crean que Tú me has enviado; luego gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera: el muerto salió con el rostro cubierto por un sudario y los pies y las manos vendadas; Jesús les dijo: desátenlo y déjenlo caminar… Muchos judíos creyeron en Él”. El episodio de la resurrección de Lázaro es sólo signo de una vida que no conocerá la muerte y que nace en el hombre por medio de la fe. Toda la narración, como la del nacido ciego y la de la samaritana, tiende a obtener la fe en Jesucristo que dona la vida eterna.
Los temas de los domingos precedentes convergen y se sintetizan en la celebración de hoy: Jesús, fuente de agua viva y de la luz, es quien confiere la vida a quien cree en Él. Sólo la fuerza del Espíritu restablece la esperanza, rompe las ataduras de la muerte y restituye la vida en plenitud. El hombre, es radicalmente impotente ante la fuerza de la muerte. Es sintomático el lamento de los exiliados en Babilonia: “nuestros huesos están secos, nuestra esperanza se ha terminado”. Pero, Dios reasegura que su pueblo conocerá al Señor; tendrá experiencia directa de su poder vivificante.
La palabra vida es un término clave en el Evangelio de S. Juan; es como un tema dominante. Cristo es la vida; quien acepta su Palabra y se adhiere a su Persona, podrá romper el dominio de la muerte. Jesús lo subraya en la resurrección de Lázaro, signo profético de su resurrección. Los testigos del milagro: Marta, María, los discípulos y los presentes, son conducidos por Jesús a dar el paso de la fe, a reconocer en sus obras la revelación del Dios viviente. Quien tenga esta fe posee ya la vida que se manifestará plenamente en la resurrección final. En la espera de estar siempre más insertos como miembros vivos de Cristo, con la oración de la Iglesia en el prefacio de la Misa de hoy, invocamos al Dios y Señor de la vida “que por medio de los Sacramentos nos haga pasar de la muerte a la vida”.
Aunque sufrimos desaliento por lo que constantemente acontece a nuestro derredor y nos sentimos como los judíos exiliados en Babilonia, con los huesos secos y la esperanza terminada, el creyente injertado en la muerte y en la resurrección de Cristo, está llamado a ser testigo de la luz, de la vida nueva y de la resurrección.
Que la renovación cuaresmal se traduzca en renovación de la nueva creación. El creyente injertado en el misterio de Cristo, está llamado a ser testigo de la luz, de la vida nueva y de la resurrección.

+ Héctor González Martínez 
Arzobispo de Durango

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