miércoles, 30 de marzo de 2011

Agua para nuestra sed - Homilía, Tercer Domingo de Cuaresma


Agua para nuestra sed
“El pueblo sufría de sed por falta de agua… Moisés pidió ayuda al Señor… El Señor dijo a Moisés, toma el bastón de mando… yo estaré delante de ti, sobre la roca en el Oreb; golpearás la roca, saldrá agua y el pueblo beberá”. El pueblo siente la fatiga del desierto y murmura; Dios interviene y se demuestra fuerza, defensa y sostén de Israel. S. Pablo hace una relectura de este episodio, enseñándonos a mirar más allá de las necesidades materiales: para S. Pablo la roca es Cristo y ya al tiempo del Éxodo los que esperaban su venida en la historia atisbaban a Él. Un segundo simbolismo está en el hecho que el agua que sale de la roca-Cristo es precisamente el agua bautismal, que nos quita la sed o sea que nos justifica con el Espíritu Santo.

Hoy, el texto del Evangelio en el episodio de la samaritana, es un ensayo de educación en la fe. Se puede recibir agua que salta hasta la vida eterna a través del encuentro con Cristo; no de otra manera, si se rehúye el encuentro con Cristo. Por ello qué importante es disponernos a través de esta Cuaresma, como una reviviscencia del catecumenado cristiano y que estamos planteando como Iniciación Cristiana para todos los que se bauticen en adelante o que ya estamos bautizados. El coloquio de Jesús con la samaritana es un encuentro pedagógico para nosotros: Jesús la conduce poco a poco a una revisión de vida que tiene su punto fuerte en la profundad de la conciencia; sólo quién está consciente del propio pecado siente la necesidad de la salvación, reconoce a Jesús como Mesías y podrá ser un verdadero adorador de Dios.

Vivir cristianamente es asimilar progresivamente la experiencia de Cristo: esto es, caminar en fidelidad a Dios para alcanzar la meta de la transfiguración gloriosa meditada hace ocho días. Este itinerario es posible bajo la condición de escuchar la Palabra de Dios, enraizarse en ella y aceptar las exigencias. La liturgia de Cuaresma hace revivir al cristiano en el misterio de las grandes etapas por las cuales los catecúmenos de antes y de ahora, eran ayudados antes y son ayudados ahora a descubrir las exigencias profundas de la conversión a Cristo, por los signos del agua, de la luz, y de la vida.
Para el hombre sediento de valores, la liturgia de hoy con el símbolo del agua, simboliza el encuentro de dos interlocutores, el hombre y Dios. El agua en el episodio de la samaritana es símbolo que compendia y expresa la llamada de Dios y la respuesta del hombre. La existencia humana revela aspiraciones limitadas: búsqueda de la verdad, sed de justicia, de libertad, de comunión, de paz y de amor.
Son deseos frecuentemente insatisfechos. La aspiración de totalidad, recibe respuestas sólo en pequeños fragmentos; pequeños sorbos que dejan insatisfecha la sed de todas esas aspiraciones. En lo profundo del ser humano el hombre aspira a más, hacia un absoluto capaz de aquietar la sed de modo definitivo.
El episodio de la samaritana nos responde que la clave es el encuentro con Cristo. Dios mismo es la fuente del agua viva; alejarse de Él y de su ley es la peor sequedad. La Iniciación Cristiana que estamos preparando, ayudará a saciar la sed. 


+ Héctor González Martínez 

Arzobispo de Durango

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