Miércoles de ceniza; 9 de marzo del 2011
El ayuno que salva
“Así dice el Señor: regresen a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos…regresen al Señor Dios vuestro Dios”. La calamidad de invasión de plagas en tiempo del profeta Joél, presagia que el día de Yahvé esta cerca y le da ocasión de exhortar al pueblo a la conversión. Pero, no basta prepararse con un rito penitencial; es necesario que todo el hombre, desde lo profundo de su ser, se dirija a Dios. Confiando en su misericordia, el pecador puede estar cierto del perdón; pero de por si el no podría presentar algún título. La plegaria presentada por los Sacerdotes solo apela al vínculo con que el mismo Señor ha querido ligarse con su pueblo. Para que todas las naciones puedan reconocer al único Dios verdadero, Él no puede dejar perecer su elegido.
S. Pablo amonesta a los corintios: “les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Cristo. A Aquel que no conoció el pecado, Dios los trató como pecado en nuestro favor, para que podamos volvernos justicia de Dios”. S. Pablo presenta el ministerio eclesial como sacramento de la reconciliación de los pecadores. La predicación es exhortación y súplica para acoger en nuestra propia vida el don divino de la reconciliación. Pero no es solo palabra acerca de la reconciliación; en esa palabra resuena y es sacramento presente la palabra fuerza divina reconciliadora. Y junto a Dios verdadero sujeto de la reconciliación y junto a la palabra de la Iglesia, signo sacramental, se coloca Cristo como Mediador de la justificación de los pecadores: en su muerte, sacrificio expiatorio ejerce su función medianera de salvación.
En el Evangelio, S. Mateo dice: “no practiquen sus obras buenas para ser admirados de los hombres”. No anuncies tus limosnas con trompeta, cuando hagas oración no lo hagas hipócritamente de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas; cuando ayunen no pongan cara triste. El gusano de la vanidad, que empuja a la ostentación y a la hipocresía quita a la justicia cristiana su desinterés y la pureza que acerca a Dios. El ojo del hombre descompone todo lo que toca: es una insidia sutil y fatal; puede ser un impulso a hacer la justicia solo para ser vistos por los hombres. Así, se puede aparecer como comediantes hipócritas de la justicia, que repiten solo lo que hacen los limosneros, los rezadores y los ayunantes de escenarios teatrales o políticos, quienes en su ilimitada vanidad y ocultamente, no buscan la justicia sino sólo a sí mismos.
El consejo de Jesús a sus discípulos es: si es posible, solo el Padre celestial sepa el bien que haces. El castigo para los vanidosos sea que tendrán lo que han buscado pero solo para sí mismos. Estamos pues, iniciando el tiempo cuaresmal; tiempo propicio para convertirnos a Dios: “ahora es el tiempo favorable; he aquí que es tiempo de salvación.”; déjense reconciliar con Dios”.
Acordémonos, que antes se nos imponía la ceniza con estas palabras: “acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”. Ahora la Iglesia ha mejorado las palabras de la imposición de la ceniza: “arrepiéntete y cree en el Evangelio”. Y estando en tiempo de misión, de creciente predicación de la Palabra de Dios; eso es lo que se nos pide: arrepiéntete, “cree mejor en Dios; cree en Cristo; cree en el Evangelio; porque Cristo, Palabra eterna del Padre, es el Evangelio viviente de Dios.
Iniciamos la Cuaresma imponiéndonos ceniza acompañada con estas palabras: arrepiéntete y cree en el Evangelio.
+ Héctor González Martínez
Arzobispo de Durango
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